(Caracas, 26 de noviembre Noticias24) – Al profundizar sobre el tema, debemos partir de lo que se define como el corpus representativo en el teatro contemporáneo, en el que el sexo surge como discurso disparador, para un público motivado de ver el reflejo de sus verdades ocultas.
En los tiempos del siglo XVIII y IX, el sexo era reprimido, destinado a la inexistencia y al mutismo. Hoy en día se convierte en razón aparentemente suficiente para propuestas del drama.
Destacando la superficialidad del argumento y en muchos casos la transgresión deliberada, haciendo del espectáculo teatral una oferta jugosa, que suele ser ejemplo o representación a su vez de mediocridad interpretativa. Y espacio de trabajo para el talento televisivo no profesional o aquel que solo tiene como valor, la escultura de un cuerpo pleno de artificios, gestado en las terapias y biopolímeros reconocidos.
Si profundizamos en las distintas manifestaciones de la sexualidad en el teatro del mundo, sancionadas en otros tiempos, no podemos obviar el código social del poder, como precursor del desarrollo de la trama.
Pudiendo por igual observar con detenimiento al teatro clásico de Lope de Vega, en el que se presentan situaciones distanciadas de la concepción del amor neoplatónico y la representación del sexo, fuera de la única situación en que está aprobada, la unión no pasional entre esposos.
El discurso de la sexualidad cae entonces totalmente en el campo no tan sólo de lo ilícito y de lo prohibido sino también en el de lo indecible pero ciertamente negociable.
Es a partir de aquí y otras observaciones en la historia del teatro, que el problema del dramaturgo consiste, en cómo comunicar la fuerza de la pasión, del deseo y del placer erótico o cómo expresar aquello que no puede nombrar.
En otros tiempos, la evocación de la líbido era representada a través de la manipulación de una serie de imágenes visuales recurrentes, surgiendo como codificación del signo dramático del deseo.
Esto hizo posible cierto planteamientos del creador teatral, estableciendo el signo de la caza ligado al signo sexual como oferente a la vez de libertad dramatúrgica.
Desarrollando lo que anteriormente era vergüenza, concebida como una importante capacidad de la persona, para proteger el valor de la misma como tal y no dejar que los estereotipos sexuales de entonces, encubrieran a la espiritualidad del ser.
Esto hoy sucumbe al predisponer el valor de la persona, como un objeto de uso, llevando a primer plano el sexo.
Aspiro que el estimado lector o lectora, no me confunda como moralista, pues para un servidor el sexo es un potente y delicioso lenguaje de evolución compartida.
Sin embargo, expongo que justificar en muchas obras del teatro actual, lo involutivo o pobre, tanto del texto dramatúrgico, puesta en escena, dirección y trabajo de actores; justificando el hecho, de que se supone un arrojo comercial, en el que el cuerpo se convierte en cosa o mercancía. Más allá de la concepción moralista, supone un notable acercamiento en el análisis.
¿Será acaso que el gigantesco show-business, al servirse principalmente de lo erótico, desarrollando industria pornográfica.? O intentando mostrar el síndrome de la liberación sexual de esta época, desplazó definitivamente los límites de numerosos tabúes, moralismos e inhibiciones que la sociedad hasta el momento sostenía, dentro de una lectura dramática carente de talento, pobre en argumentos y al servicio de una masa poco pensante?
Sin embargo, pudiese concluir, que este proceso liberador trajo como respuesta al aspecto negativo anteriormente expuesto, un cambio drástico, que agudiza aún más su pobreza:cierto escepticismo y alienación social que se enfoca en fenómenos tales como la drogadicción, el escapismo, la enajenación, y también la banalización del acto sexual en sí, obviando en algunos casos el sentido ritual que subyace en el mismo. Y enmascarando en muchos montajes teatrales, la mediocridad interpretativa, para privilegiar al show business.
Redactado por: Julio C. Alcubilla B.
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