Por tanto en
prioritario lugar, para ser como Chávez debemos ser pueblo. Pueblo unido en la
búsqueda de la felicidad; armado con las irrenunciables ideas cristianas,
bolivarianas y socialistas de liberación; pleno de poderes creadores para
construir un mejor mundo sin relaciones de opresión; organizado y esclarecido
en tránsito hacia la elevación; humilde y sencillo hasta la sabiduría; poderoso
y tronante frente a la maldad.
Para ser como Chávez
hay que ser pueblo, porque ser pueblo es ser amor.
Para quienes tuvimos
la oportunidad vital de caminar con gigantes y conocimos la sustancia de Chávez
hemos de atestiguar que el Chávez humano constituyó una celebración de la vida.
Cada segundo de su vida terrestre fue profesión de la alegría, de la risa
amorosa, el abrazo fraterno y la solidaridad que vive en nosotros. Por eso, si
hemos de ser como Chávez, nos erguiremos frente a la calamidad, arrollaremos
las dificultades con optimismo, venceremos las tinieblas del sufrimiento y
derrotaremos las fuerzas naturales o inducidas que golpean a los pueblos.
El Chávez que pedalea
una bicicleta sabaneteña, juega una chapita con unos panas, toma un café con un
desvalido a quien con su amor cambiará la vida, empuja feliz una carretilla con
un carajito montado, abraza a su madre con su luminoso amor de hijo, canta a
raudales coplas vegueras, se reconoce entre nuestros indígenas como uno de
ellos, es el Chávez-Alegría porque es el Chávez-Humanidad. Es el mismo Chávez
espiritual y transparente que reconoce hasta la inocencia de un niño que ríe
frondosamente y balbucea en su lenguaje infantil: ¡Ahí va Chávez, mamá!
Para ser como Chávez
seremos vencedoras y vencedores. Porque siempre la alegría de vivir se impone
victoriosa sobre la tristeza, la miseria y la muerte.
Así se haya nacido en
lares diferentes, para ser como Chávez seremos llaneras y llaneros. Volveremos
a ser los mismos que acompañamos a Bolívar en el Paso de Los Andes, en Carabobo
y en toda la épica libertaria que inauguraron nuestros ancestros indígenas.
Habiendo nacido en cualquier parte del mundo, amaremos a nuestras tierras y
cantaremos la dicha de cuidarlas y habitarlas. Seremos curiosos, recios y picos
de plata para decir las verdades y, si no nos atienden, vociferarlas e
imponerlas. Como campesinos no nos deslumbraremos por la fatuidad de la
metrópolis porque preferimos la vaca lechera al teléfono celular.
Seremos la bandola de
Anselmo López; la dulzura del Carrao de Palmarito, el grito alzao de Luis
Lozada El Cubiro. Con Guillermo Jiménez Leal diremos que somos verso, copla,
sabana, como Chávez, porque ¡La culpa la tiene el llano!
Para ser como Chávez,
seremos millones de Florentinas y Florentinos que revolcarán al diablo en los
combates que trabe su maldad y su desdicha.
No podremos ser como
Chávez si no tenemos unas ansias infinitas de aprender. Aprendiendo y haciendo,
haciendo y aprendiendo, iremos por la vida devorando lecturas, aprendiendo de
quienes más saben y compartiendo saberes como semilleros robinsonianos del
conocimiento. Sabremos con Bolívar que un pueblo ignorante es instrumento ciego
de su propia destrucción y con Martí que ser cultos es la única manera de ser
libres. Huiremos de las trampas del espontaneísmo, el revolucionarismo y todo
efectismo distorsionador. Nuestras ejecutorias tendrán menos pote de humo y más
contenido, como sujetos esclarecidos que seremos como Pueblo-Chávez.
No será como Chávez,
nunca, el fariseo que viste el ropaje camaleónico del oportunismo. Seremos
leales, probos y honestos sin ninguna concesión ni matiz.
En definitiva, para ser
como Chávez, colectivamente intentaremos con todas nuestras fuerzas
espirituales, morales, intelectuales y políticas convertirnos en lo que el Ché
caracterizó como el eslabón superior de la evolución humana: el revolucionario
y la revolucionaria.
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