Rodolfo Peña está por abordar su vuelo a Panamá. Va con su esposa. “Sí, por supuesto que hemos pensado en irnos definitivamente de aquí”, dice la mujer rubia y de cabello corto. Ambos esperan en la cola del Aeropuerto Internacional Arturo Michelena. Sus nombres todavía no son parte de la lista de dos millones de personas que firman la diáspora de la crisis venezolana. No todavía.
Quienes sí quieren irse de manera definitiva lo tienen difícil. “Venezuela se está convirtiendo como en una isla. Estamos completamente aislados de todo, no se puede salir”, dice el hombre que reposa sobre las maletas envueltas en plástico esperando el abordaje. Venezuela está geográficamente bendecida, al tener salida al mar Atlántico, ser el norte de Suramérica, y tener dos mil 199 kilómetros de frontera con el gigante económico de la región: Brasil. En opinión de Peña eso no importa: su país es como una gran jaula.
La crisis económica y lo que ya economistas definen como hiperinflación se estrella contra las vidrieras de las líneas en el aeropuerto de Valencia. Un ejemplo fácil: Aruba. A solo 25 kilómetros de la plataforma continental venezolana, un pasaje de ida y vuelta cuesta 499 mil 786 bolívares. Eso es igual a 18 meses de trabajo con un salario mínimo. Y eso en clase turista. Las tarifas son las mismas que para la isla de Curazao, según datos publicados por una aerolínea privada.
La distancia suma ceros a la cuenta. Miami, en el estado de Florida de Estados Unidos, es un lujo de tres millones 753 mil 111,08 bolívares en clase ejecutiva. Pero esos 138 meses de trabajo serían solo para alguien que tenga la ciudadanía o residencia norteamericana, pues se trata del pasaje de ida únicamente. Hay que multiplicar por dos ese precio si se trata de un venezolano sin documento de identidad extranjero.
En 2016 se reportó que la deuda del Gobierno de Nicolás Maduro con las aerolíneas ascendía a casi cuatro mil millones de bolívares para diciembre (tres mil 800 millones). Según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (Iata) el año pasado las empresas de Latinoamérica del sector ganarían cerca de 200 millones de dólares. Se prevé que la demanda crezca 4,8%, según un reporte de la agencia de noticias Efe.
Guayaquil, en Ecuador, es un destino de 498 mil 110 bolívares en la clase más barata. Para ejecutivos, en avión último modelo, se debe desembolsillar un millón 370 mil 688 bolívares. Para Manaos, al norte de Brasil y en plena selva amazónica, el boleto cuesta 424 mil 653 mil bolívares. Y en la más cara visitar el vecino país vale 768 mil 299 bolívares.
Un vuelo directo a Panamá, a donde se dirige la pareja, les hubiese costado 287 mil 707 bolívares en clase turista y 531 mil 935 bolívares en la ejecutiva. Hay otra opción, en la que se haría una escala en el aeropuerto de Barcelona (Venezuela) que cuesta lo mismo. Es cuestión de disponibilidad.
Peña tiene la suerte de trabajar para una empresa norteamericana y ganar en dólares. Reconoce que de otro modo viajar le sería imposible. La pareja compró ambos boletos en otro país. “Además, recuerda que en la página de nuestra aerolínea todo es en dólares”. Conocidos enviaron los tiques aéreos a Venezuela y es así como ahora están a minutos de salir en el vuelo del lunes 2 de octubre. Planean regresar el próximo 13 de enero: así que sus estadísticas no son las de emigración permanente. No todavía.
Con información El Pitazo
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